domingo, 18 de septiembre de 2016

¡Arrancamos el curso! Una lectura para reflexionar


Estudiantes de hoy y profesionales de mañana

 14 de octubre de 2013




Nuestros hijos pasan una veintena de años en un muy singular ecosistema: el aula. No hagamos caso al gardeliano tango Volver dando por hecho que "veinte años no es nada". Hay dos maneras de abordar esas décadas de educación formal: pasar el rato escatimando esfuerzos con la vana esperanza de que mañana será otro día (muy distinto) o afrontarlas como un periodo de permanente y acelerado enriquecimiento intelectual, emocional y psicológico, siempre en busca de uno mismo. 
Pero también hay dos maneras de ponerse en marcha, parecidas desde fuera y vividas de forma radicalmente diferente desde dentro. Uno puede dejarse llevar únicamente por la obligación de aprobar y el correspondiente deseo de decir adiós (a este profesor, a esa asignatura, a aquel colegio), o puede motivarse y luchar por alcanzar grandes objetivos: formarse, asumir valores, ampliar conocimientos, adquirir habilidades y competencias, desarrollar creatividad, generar hábitos… Es decir, mejorar para quedar en condiciones de volver a mejorar (en una paráfrasis de esa expresión extraordinaria, aprender a aprender, que tanta incomprensibleincomprensión provoca).
Supongamos que en plena conversación sobre su futuro profesional y la mejor manera de prepararse para afrontar las incertidumbres, nuestros hijos se nos plantan delante y nos preguntan a bocajarro: “Déjate de grandes rollos y dime cuáles serían los principios que deberían inspirar mi vida de estudiante para llegar en buenas condiciones al futuro que me espera".
Glub… ¿Alguien se atreve?
Es una temeridad... pero me atreveré.
Incluso dejando fuera cosas importantes (y me disculpo por ello). Con una precisión y una condición. La precisión es que eludo deliberadamente el mundo del arte (que el pasado 12 de septiembre analizó brillantemente Ana García López en su post Modelos desnudos o lo que de verdad te pierdes si no estudias arte), porque es un tema que, más allá de reconocer su trascendencia en el ser humano, no soy capaz de objetivar para incluirlo en un perfil genérico de competencias para abordar un futuro profesional. Seguramente, porque es más importante incluso que la profesión.
Debo aclarar, además, que cada punto contiene en su interior todo un mundo complejo. Así que la condición es que los lectores se animen aquí a hacer comentarios con sus ideas, especialmente las divergentes, pero no den por hecho que lo excluido es despreciado. 
Dicho lo cual, ahí van esos Diez Mandamientos de destrezas estratégicas a desarrollar durante una buena carrera estudiantil. Matizo, antes de empezar, que no hablo de desarrollo personal integral, sino profesionalizante.
1. Conviértete en un gran lector. La lectura es una de las principales claves del conocimiento. Aprendemos muchísimo de lo que oímos y lo que vemos, pero fundamentamos el conocimiento transmisible en lo documentado. Por lo tanto, sin menospreciar otras manifestaciones excelsas e irrenunciables (¿cómo podríamos hacerlo con obras como La Pasión según San Mateo, el busto de Nefertari, Los girasoles o El espíritu de la colmena?), en los textos te esperan cantidades inabarcables de conocimiento que contribuirán de forma decisiva a tu desarrollo personal, profundo y complejo. Y no solo hablamos de conocimiento técnico, práctico o específico, sino sobre el género humano en su sentido más amplio (incluido el conocimiento sobre ti mismo), y asimismo entretenimiento, diversión y consuelo.
2. Aprende a escribir y elaborar buenos documentos y trabajos. Debes dominar la escritura con habilidad investigadora (competencia informacional la llaman ahora), solvencia lingüística, soltura expresiva, sentido del ritmo, rigor conceptual, cuidado formal y, algo mil veces olvidado, capacidad de adaptación al destinatario y al uso previsto del documento. Un documento mal concebido, descuidado o mal redactado se convierte, a los ojos de quien lo lee, en un desacreditado reflejo de la personalidad de quien lo escribe.
3. Domina el inglés. Podríamos hablar en general de las competencias comunicativas, pero prefiero segregarlas. No tengas una sola duda: tu primer idioma extranjero es el inglés. Luego, si fuera posible, alguno más (ahí entran en juego los gustos: chino, árabe, alemán, francés, etc., dependiendo de los intereses profesionales y culturales de cada uno). Pero la posibilidad de evitar el inglés como lingua franca y futuro idioma de trabajo disminuye cada día a un ritmo vertiginoso. Teniendo en cuenta nuestras tremendas deficiencias en su enseñanza, se hace imprescindible tomar iniciativas personales que garanticen su dominio. Un profesional maduro sin el inglés pierde oportunidades; pero un joven, además de perderlas, queda automáticamente bajo sospecha.
4. Aprende a trabajar en equipo. La vida profesional moderna es inconcebible sin la necesidad y la capacidad de trabajar en equipo. No solo mano a mano, como en un instituto, sino también con interlocutores a miles de kilómetros, conectados por Internet, comunicados por videoconferencia e incluso redactando documentos conjuntos. Y con personas de otras culturas, otras costumbres y otros códigos de comunicación que necesitarás conocer suficientemente. Además, trabajar en equipo de forma eficaz exige previamente un manejo adecuado de la reuniones de trabajo (este tema de las reuniones requerirá un post futuro).

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5. Aprende a hablar en público. Otra competencia comunicacional para la que el sistema educativo español no prepara absolutamente nada. La vida profesional y la privada nos ponen a menudo en situación de hablar ante los demás. Es una lástima que una persona brillante en privado se vea mermada en público. Los nervios son inevitables al principio, y solo hay un remedio: sufrirlos unas decenas de veces y entrenarse hasta que desaparezcan. En otras palabras, el pánico escénico solo se combate como las agujetas, sufriéndolo muchas veces hasta llegar a superarlo. Y todos sabemos que al principio parece imposible. Para apreciar en su medida la necesidad de hablar en público, considera que cualquier persona con habilidades expresivas es sistemáticamente sobrevalorada en sus otras competencias. Es una especie de efecto halo, que nos hace creer que quien se expresa bien es más culto e inteligente. Hoy en día, esta capacidad de hablar en público incluye, por supuesto, la de hacerlo en inglés.
6. Acostúmbrate a establecer jerarquías. Y esto tiene su miga, porque implica ponderar permanentemente la realidad para distinguir la importancia de las cosas, identificar lo relevante, dominar así el arte de la síntesis y ser capaz de asignar prioridades a las tareas. Es importante poner las cosas en su orden, según su relevancia objetiva, su importancia subjetiva y su nivel de urgencia. No todo pesa ni vale lo mismo. El criterio para escoger eso, hacer en primer lugar esto o dedicar más esfuerzo a aquello no puede ser el azar. Tienes que desarrollar la capacidad de tomar decisiones bien ponderadas sobre la marcha. Hasta que se vuelva instintiva.
7. Desarrolla tu capacidad de organización y planificación. La capacidad de establecer jerarquías es el primer paso para ser una persona organizada y, consecuentemente, planificada. Sin negarle su papel en la vida, no podemos dejar que el azar determine nuestras jerarquías ni el caos nos imponga su horario. Decía Píndaro, y otros muchos han glosado, que "ningún viento es favorable para quien no sabe adónde va". Como es natural, la organización y la planificación requieren una alta sensibilidad en la gestión del tiempo: tienes que cultivar el arte de predecir cuánto necesitas para hacer las cosas y, establecida la duración, esforzarte en darle un cumplimiento lo más exacto posible. Y a posteriori, sacar conclusiones de los fallos, sean de planificación sean de ejecución. La semana que viene volveremos a este tema.
8. Desarrolla tu autonomía. La autonomía personal, la capacidad de tomar decisiones y abordar todo tipo de situaciones sin sentirte bloqueado por su dificultad o su novedad, es una cualidad trascendental para la vida adulta, cuyo desarrollo los padres no siempre favorecemos y, la mayor parte de las veces, impedimos. La adquisición de esta autonomía es un proceso complejo. En ocasiones incluso doloroso, pero sus beneficios son extraordinarios. Sentirte perdido a veces cuando eres joven te hará encontrar muchos caminos cuando seas adulto.
9. Aprende a conocer a los demás y desarrolla tu empatía. La adolescencia es una etapa de ensimismamiento, como consecuencia del proceso de autoconocimiento. Pero incluso entonces es necesario abrir los ojos a los demás, conocer y analizar cómo son tus interlocutores, y desarrollar la capacidad de entenderlos y modular tu conducta en consecuencia. Si no te esfuerzas en saber a quien tienes delante tropezarás con muchas dificultades que podrías haber evitado fácilmente y también perderás oportunidades de aprender. Con una denominación no precisamente muy evidente, los psicólogos lo llaman "teoría de la mente", refiriéndose a la capacidad humana para interesarse, suponer y averiguar lo que hay en la mente de nuestros semejantes, con toda su complejidad. Es decir, para entrar en su mente. Y es una característica fascinante, quizá de las que realmente nos hace más humanos.
10. Profundiza de forma equilibrada en la autoestima y la autocrítica. La vida es complicada sin su buena dosis de autoestima, pero también la carencia de autocrítica priva a las personas de cosas importantes: la posibilidad de mejorar continuamente (sin enrocarse en el rancio argumento de que "yo soy así") y las ventajas de conocer realmente su lugar en el mundo. La autoestima sin límites o el sentido autocrítico desaforado generan un desequilibrio que el resto de las personas percibe con claridad. La clave es considerar que la autocrítica, que a menudo se alimenta de la crítica ajena, debe estar siempre habilidosamente orientada hacia la mejora. 
He seleccionado 10 (que, si nos pusiéramos a desarrollarlas, serían 100). Creo que quizá no están todas las que son, pero todas las que están lo son.

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